Oficio de lectura LUNES DE LA XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

 LUNES DE LA XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura.

Si se toma de Laudes:

Llenando el mundo, el sol abre

la mañana más y más.

La luz que transcurre ahora

aún más pura volverá.

Descansa el peso del mundo

en alada suavidad,

teje la santa armonía

del tiempo en la eternidad.


Vivir, vivir como siempre;

vivir en siempre, y amar,

traspasado por el tiempo,

las cosas en su verdad.

Una luz única fluye,

siempre esta luz fluirá

desde el aroma y el árbol

de la encendida bondad.


Todo en rotación diurna

descansa en su más allá,

espera, susurra, tiembla,

duerme y parece velar,

mientras el peso del mundo

tira del cuerpo y lo va

enterrando dulcemente

entre un después y un jamás.


Gloria al Padre omnipotente,

gloria al Hijo, que él nos da,

gloria al Espíritu Santo,

en tiempo y eternidad. Amén.

Si se toma de Vísperas:

Muchas veces, Señor, a la hora décima

—sobremesa en sosiego—,

recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés

les saliste al encuentro.

Ansiosos caminaron tras de ti...

«¿Qué buscáis...?» Les miraste. Hubo silencio.


El cielo de las cuatro de la tarde

halló en las aguas del Jordán su espejo,

y el río se hizo más azul de pronto,

¡el río se hizo cielo!

«Rabí —hablaron los dos—, ¿en dónde moras?»

«Venid, y lo veréis». Fueron, y vieron...


«Señor, ¿en dónde vives?»

«Ven, y verás». Y yo te sigo y siento

que estás... ¡en todas partes!,

¡y que es tan fácil ser tu compañero!


Al sol de la hora décima, lo mismo

que a Juan y a Andrés —es Juan quien da fe de ello—,

lo mismo, cada vez que yo te busque,

Señor, ¡sal a mi encuentro!


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Amén.

Himno latino

Cuando el oficio de lectura se celebra durante el día:

Æterna lux, divínitas,

in unitáte Trínitas,

te confitémur débiles,

te deprecámur súpplices.


Summum Paréntem crédimus

Natúmque Patris únicum,

et caritátis vínculum

qui iungit illos Spíritum.


O véritas, o cáritas,

o finis et felícitas,

speráre fac et crédere,

amáre fac et cónsequi.


Qui finis et exórdium

rerúmque fons es ómnium,

tu solus es solácium,

tu certa spes credéntium.


Qui cuncta solus éfficis

cunctísque solus súfficis,

tu sola lux es ómnibus

et praémium sperántibus.


Christum rogámus et Patrem,

Christi Patrísque Spíritum;

unum potens per ómnia,

fove precántes, Trínitas. Amen.

Cuando el oficio de lectura se celebra durante la noche o de madrugada:

Somno reféctis ártubus,

spreto cubíli, súrgimus:

nobis, Pater, canéntibus

adésse te depóscimus.


Te lingua primum cóncinat,

te mentis ardor ámbiat,

ut áctuum sequéntium

tu, sancte, sis exórdium.


Cedant tenébræ lúmini

et nox diúrno síderi,

ut culpa, quam nox íntulit,

lucis labáscat múnere.


Precámur ídem súpplices

noxas ut omnes ámputes,

et ore te canéntium

laudéris in perpétuum.


Præsta, Pater piíssime,

Patríque compar Únice,

cum Spíritu Paráclito

regnans per omne saéculum. Amen.

Salmodia

Ant. 1. Vendrá el Señor y no callará.

Salmo 49

El verdadero culto a Dios

No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud (cf. Mt 5, 17).

I

El Dios de los dioses, el Señor, habla:

convoca la tierra de oriente a occidente.

Desde Sion, la hermosa, Dios resplandece:

viene nuestro Dios, y no callará.


Lo precede fuego voraz,

lo rodea tempestad violenta.

Desde lo alto convoca cielo y tierra

para juzgar a su pueblo:


«Congregadme a mis fieles,

que sellaron mi pacto con un sacrificio».

Proclame el cielo su justicia;

Dios en persona va a juzgar.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.

Vendrá el Señor y no callará.

Ant. 2. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.

II

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;

Israel, voy a dar testimonio contra ti;

—yo, Dios, tu Dios—.


No te reprocho tus sacrificios,

pues siempre están tus holocaustos ante mí.

Pero no aceptaré un becerro de tu casa,

ni un cabrito de tus rebaños;


pues las fieras de la selva son mías,

y hay miles de bestias en mis montes;

conozco todos los pájaros del cielo,

tengo a mano cuanto se agita en los campos.


Si tuviera hambre, no te lo diría;

pues el orbe y cuanto lo llena es mío.

¿Comeré yo carne de toros,

beberé sangre de cabritos?


Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,

cumple tus votos al Altísimo

e invócame el día del peligro:

yo te libraré, y tú me darás gloria».


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.

Ant. 3. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

III

Dios dice al pecador:

«¿Por qué recitas mis preceptos

y tienes siempre en la boca mi alianza,

tú que detestas mi enseñanza

y te echas a la espalda mis mandatos?


Cuando ves un ladrón, corres con él;

te mezclas con los adúlteros;

sueltas tu lengua para el mal,

tu boca urde el engaño;


te sientas a hablar contra tu hermano,

deshonras al hijo de tu madre;

esto haces, ¿y me voy a callar?

¿Crees que soy como tú?

Te acusaré, te lo echaré en cara.


Atención los que olvidáis a Dios,

no sea que os destroce sin remedio.


El que me ofrece acción de gracias,

ése me honra;

al que sigue buen camino

le haré ver la salvación de Dios».


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

Versículo

V.Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R.Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura

Jue 4, 1-24

Débora y Barac

Del libro de los Jueces.


En aquellos días, después que murió Ehud, los israelitas volvieron a hacer lo que el Señor reprueba, y el Señor los vendió a Yabín, rey cananeo que reinaba en Jasor; el general de su ejército era Sísara, con residencia en Jaroset de los Pueblos. Los israelitas gritaron al Señor, porque Sísara tenía novecientos carros de hierro y llevaba ya veinte años tiranizándolos.


Débora, profetisa, casada con Lapidot, gobernaba por entonces a Israel. Tenía su tribunal bajo la Palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la serranía de Efraín, y los israelitas acudían a ella para que decidiera sus asuntos. Débora mandó llamar a Barac, hijo de Abinoán, de Cadés de Neftalí, y le dijo:


«Por orden del Señor, Dios de Israel, ve a alistar gente y reúne en el Tabor diez mil hombres de Neftalí y Zabulón; que a Sísara, general del ejército de Yabín, yo te lo llevaré junto al torrente Quisón, con sus carros y sus tropas, y te lo entregaré».


Barac replicó:


«Si vienes conmigo, voy; si no vienes conmigo, no voy».


Débora contestó:


«Bien. Iré contigo. Ahora, que no será tuya la gloria de esta campaña que vas a emprender, porque a Sísara lo pondrá el Señor en manos de una mujer».


Luego se puso en camino para reunirse con Barac, en Cadés. Barac movilizó en Cadés a Zabulón y Neftalí; diez mil hombres lo siguieron, y también Débora subió con él. Jéber, el quenita, se había separado de su tribu, de los descendientes de Jobab, suegro de Moisés, y había acampado junto a la encina de Sananín, cerca de Cadés. En cuanto avisaron a Sísara que Barac, hijo de Abinoán, había subido al Tabor, movilizó sus carros —novecientos carros de hierro— y toda su infantería, y avanzó desde Jaroset hasta el torrente Quisón. Débora dijo a Barac:


«¡Vamos! Que hoy mismo pone el Señor a Sísara en tus manos. ¡El Señor marcha delante de ti!»


Barac bajó del Tabor, y tras él sus diez mil hombres. Y el Señor desbarató a Sísara, a todos sus carros y todo su ejército, ante Barac; tanto, que Sísara tuvo que saltar de su carro de guerra y huir a pie. Barac fue persiguiendo al ejército y los carros hasta Jaroset de los Pueblos. Todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada, no quedó ni uno.


Mientras tanto, Sísara había huido a pie hacia la tienda de Yael, esposa de Jéber, el quenita, porque había buenas relaciones entre Yabín, rey de Jasor, y la familia de Jéber, el quenita. Yael salió a su encuentro y lo invitó:


«Pasa, señor; pasa, no temas».


Sísara pasó a la tienda, y Yael lo tapó con una manta. Sísara le pidió:


«Por favor, dame un poco de agua, que me muero de sed».


Ella abrió el odre de la leche, le dio a beber y lo tapó. Sísara le dijo:


«Ponte a la entrada de la tienda y, si viene alguno y te pregunta si hay aquí alguien, le dices que nadie».


Pero Yael, esposa de Jéber, agarró un clavo de la tienda, cogió un martillo en la mano, se le acercó de puntillas y le hundió el clavo en la sien, atravesándolo hasta la tierra. Sísara, que dormía rendido, murió. Barac, por su parte, iba en persecución de Sísara. Yael le salió al encuentro y le dijo:


«Ven, te voy a enseñar al hombre que buscas».


Barac entró en la tienda: Sísara yacía cadáver, con el clavo en la sien.


Dios derrotó aquel día a Yabín, rey cananeo, ante los israelitas. Y estos se fueron haciendo cada vez más fuertes frente a Yabín, rey cananeo, hasta que lograron aniquilarlo.

Responsorio

1 Cor 1, 27. 29; 2 Cor 12, 9; 1 Cor 1, 28


V.Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor, pues la fuerza se realiza en la debilidad.

R.Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor, pues la fuerza se realiza en la debilidad.

V.Dios ha escogido lo que no cuenta para anular a lo que cuenta.

R.Pues la fuerza se realiza en la debilidad.

Segunda lectura

Nuestra oración es pública y común

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el Padrenuestro.

(Caps. 8-9: CSEL 3, 271-272)


Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara solo por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en los cielos», ni: «El pan mío dámelo hoy», ni pedimos el perdón de las ofensas solo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en la tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.


El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la Sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra oración: “Entonces” —dice— “los tres, al unísono, cantaban himnos y bendecían a Dios”. Oraban los tres al unísono, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.


Por eso, fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. “Todos ellos” —dice la Escritura— “se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos”. Se dedicaban a la oración en común, manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, “que hace habitar unánimes en la casa”, solo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos en un mismo espíritu.


¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy amados, los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. “Vosotros” —dice el Señor— «rezad así: “Padre nuestro, que estás en los cielos”».


El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: “Padre”, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra “vino a su casa” —dice el Evangelio— “y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en los cielos.

Responsorio

Sal 21, 23; 56, 10


V.Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.

R.Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.

V.Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones.

R.En medio de la asamblea te alabaré.

Oración conclusiva

V.Oremos.

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.

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