Oficio de lectura DULCE NOMBRE DE MARÍA, memoria libre

 DULCE NOMBRE DE MARÍA, memoria libre

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura.

Si se toma de Laudes:

Autor del cielo y el suelo,

que, por dejarlas más claras,

las grandes aguas separas,

pones un límite al hielo.

Tú que das cauce al riachuelo

y alzas la nube a la altura,

tú que en cristal de frescura

sueltas las aguas del río

sobre las tierras de estío,

sanando su quemadura,

danos tu gracia, piadoso,

para que el viejo pecado

no lleve al hombre engañado

a sucumbir a su acoso.

Hazle en la fe luminoso,

alegre en la austeridad,

y hágale tu claridad

salir de sus vanidades;

dale, Verdad de verdades,

el amor a tu verdad. Amén.

Si se toma de Vísperas:

Este es el día del Señor.

Este es el tiempo de la misericordia. 


Delante de tus ojos

ya no enrojeceremos

a causa del antiguo

pecado de tu pueblo.


Arrancarás de cuajo

el corazón soberbio

y harás un pueblo humilde

de corazón sincero.


En medio de las gentes,

nos guardas como un resto

para cantar tus obras

y adelantar tu reino.


Seremos raza nueva

para los cielos nuevos;

sacerdotal estirpe,

según tu Primogénito.


Caerán los opresores

y exultarán los siervos;

los hijos del oprobio

serán tus herederos.


Señalarás entonces

el día del regreso

para los que comían

su pan en el destierro.


¡Exulten mis entrañas!

¡Alégrese mi pueblo! 


Porque el Señor que es justo

revoca sus decretos:


La salvación se anuncia

donde acechó el infierno,

porque el Señor habita

en medio de su pueblo. Amén.

Himno latino

Cuando el oficio de lectura se celebra durante el día:

Christe, precámur ádnuas

orántibus servís tuis,

iníquitas hæc saéculi

ne nostram captívet fidem.


Non cogitémus ímpie,

invideámus némini,

læsi non reddámus vicem,

vincámus in bono malum.


Absit nostris e córdibus

ira, dolus, supérbia;

absístat avarítia,

malórum radix ómnium.


Consérvet pacis fóedera

non simuláta cáritas;

sit illibáta cástitas

credulitáte pérpeti.


Sit, Christe, rex piíssime,

tibi Patríque glória

cum Spíritu Paráclito,

in sempitérna saécula. Amen.

Cuando el oficio de lectura se celebra durante la noche o de madrugada:

Nox atra rerum cóntegit

terræ colóres ómnium:

nos confiténtes póscimus

te, iuste iudex córdium,


Ut áuferas piácula

sordésque mentis ábluas,

donésque, Christe, grátiam

ut arceántur crímina.


Mens, ecce, torpet ímpia,

quam culpa mordet nóxia;

obscura gestit tóllere

et te, Redémptor, quaérere.


Repélle tu calíginem

intrínsecus quam máxime,

ut in beáto gáudeat

se collocári lúmine.


Sit, Christe, rex piíssime,

tibi Patríque glória

cum Spíritu Paráclito,

in sempitérna saécula. Amen.

Salmodia

Ant. 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53

“Lamentación por la caída de la casa de David”

Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David (Lc 1, 69).

IV

Tú, encolerizado con tu Ungido,

lo has rechazado y desechado;

has roto la alianza con tu siervo

y has profanado hasta el suelo su corona;


has derribado sus murallas

y derrocado sus fortalezas;

todo viandante lo saquea,

y es la burla de sus vecinos;


has sostenido la diestra de sus enemigos

y has dado el triunfo a sus adversarios;

pero a él le has embotado la espada

y no lo has confortado en la pelea;


has quebrado su cetro glorioso

y has derribado su trono;

has acortado los días de su juventud

y lo has cubierto de ignominia.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Ant. 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido

y arderá como un fuego tu cólera?

Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida

y lo caducos que has creado a los humanos.


¿Quién vivirá sin ver la muerte?

¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?

¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia

que por tu fidelidad juraste a David?


Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:

lo que tengo que aguantar de las naciones,

de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,

de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.


Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Ant. 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Salmo 89

“Baje a nosotros la bondad del Señor”

Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día (2 Pe 3, 8).


Señor, tú has sido nuestro refugio

de generación en generación.


Antes que naciesen los montes

o fuera engendrado el orbe de la tierra,

desde siempre y por siempre tú eres Dios.


Tú reduces el hombre a polvo,

diciendo: «Retornad, hijos de Adán».

Mil años en tu presencia

son un ayer, que pasó;

una vela nocturna.


Los siembras año por año,

como hierba que se renueva:

que florece y se renueva por la mañana,

y por la tarde la siegan y se seca.


¡Cómo nos ha consumido tu cólera

y nos ha trastornado tu indignación!

Pusiste nuestras culpas ante ti,

nuestros secretos ante la luz de tu mirada:

y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,

y nuestros años se acabaron como un suspiro.


Aunque uno viva setenta años,

y el más robusto hasta ochenta,

la mayor parte son fatiga inútil,

porque pasan aprisa y vuelan.


¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,

quién ha sentido el peso de tu cólera?

Enséñanos a calcular nuestros años,

para que adquiramos un corazón sensato.


Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?

Ten compasión de tus siervos;

por la mañana sácianos de tu misericordia,

y toda nuestra vida será alegría y júbilo.


Danos alegría, por los días en que nos afligiste,

por los años en que sufrimos desdichas.

Que tus siervos vean tu acción,

y sus hijos tu gloria.


Baje a nosotros la bondad del Señor

y haga prósperas las obras de nuestras manos.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Versículo

V.En ti, Señor, está la fuente viva.

R.Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura

Lam 1, 1-12. 18-20

“Jerusalén devastada”

Comienza el libro de las Lamentaciones.


¡Qué solitaria está la ciudad populosa! Se ha quedado viuda la primera de las naciones; la princesa de las provincias, en trabajos forzados.


Pasa la noche llorando, le corren las lágrimas por las mejillas. No hay nadie entre sus amigos que la consuele; todos sus aliados la han traicionado, se han vuelto sus enemigos.


Judá marchó al destierro, humillada y esclava; hoy habita entre gentiles, sin encontrar reposo; los que la perseguían le dieron alcance y la cercaron.


Los caminos de Sion están de luto, porque nadie acude a las fiestas; sus puertas están en ruinas, gimen sus sacerdotes, sus doncellas están desoladas, y ella misma llena de amargura.


Sus enemigos la han vencido, han triunfado sus adversarios, porque el Señor la ha castigado por su continua rebeldía; aun sus niños marcharon al destierro delante del enemigo.


La ciudad de Sion ha perdido toda su hermosura; sus nobles, como ciervos que no encuentran pasto, caminaban desfallecidos, empujados por la espalda.


Jerusalén recuerda los días tristes y turbulentos, cuando caía su pueblo en manos enemigas y nadie lo socorría, y, al verla, sus enemigos se reían de su desgracia.


Jerusalén ha pecado gravemente y ha quedado manchada; los que antes la honraban la desprecian, viéndola desnuda, y ella, entre gemidos, se vuelve de espaldas.


Lleva su impureza en la falda, sin pensar en el futuro. ¡Qué caída tan terrible!: no hay quien la consuele. «Mira, Señor, mi aflicción y el triunfo de mi enemigo».


El enemigo ha echado mano a todos sus tesoros; ella ha visto a los gentiles entrar en el santuario, aunque tú habías prohibido que entraran en tu asamblea.


Todo el pueblo, entre gemidos, anda buscando pan; ofrecían sus tesoros para comer y recobrar las fuerzas. «Mira, Señor, fíjate cómo estoy envilecida.


Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor? ¡Cómo me han maltratado! El Señor me ha castigado el día del incendio de su ira.


Pero el Señor es justo, porque me rebelé contra su palabra. Pueblos todos, escuchad y mirad mis heridas: mis doncellas y mis jóvenes han marchado al destierro.


Llamé a mis amantes, pero me han traicionado. Mis sacerdotes y ancianos murieron en la ciudad, mientras buscaban alimento para recobrar las fuerzas.


Mira, Señor, mis angustias y la amargura de mis entrañas; se me revuelve dentro el corazón, de tanta amargura; en la calle me deja sin hijos la espada; en casa, la muerte».

Responsorio

Cf. Job 16, 17; Lam 1, 16. 18. 12


V.La sombra me vela los ojos, de tanto llorar, no tengo cerca quién me consuele; pueblos todos, mirad: ¿Hay dolor como mi dolor?

R.La sombra me vela los ojos, de tanto llorar, no tengo cerca quién me consuele; pueblos todos, mirad: ¿Hay dolor como mi dolor?

V.Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos:

R.¿Hay dolor como mi dolor?

Segunda lectura

“Piensa en María e invócala en todos los momentos”

De las homilías  de san Bernardo, abad, sobre las excelencias de la Virgen Madre.

(Homilía 2, 17, 1-33: SCh 390, 1993, 168-170)


El evangelista dice: «Y el nombre de la Virgen era María». Digamos algo a propósito de este nombre que, según dicen, significa «estrella del mar» y que resulta tan adecuado a la Virgen Madre. De manera muy adecuada es comparada con una estrella, porque, así como la estrella emite su rayo sin corromperse, la Virgen también dio a luz al Hijo sin que ella sufriera merma alguna. Ni el rayo disminuyó la luz de la estrella, ni el Hijo la integridad de la Virgen. Ella es la noble estrella nacida de Jacob, cuyo rayo ilumina todo el universo, cuyo esplendor brilla en los cielos, penetra en los infiernos, ilumina la tierra, caldea las mentes más que los cuerpos, fomenta la virtud y quema los vicios. Ella es la preclara y eximia estrella que necesariamente se levanta sobre este mar grande y espacioso: brilla por sus méritos, ilumina con sus ejemplos.


Tú, que piensas estar en el flujo de este mundo entre tormentas y tempestades en lugar de caminar sobre tierra firme, no apartes los ojos del brillo de esta estrella si no quieres naufragar en las tormentas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te precipitas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres zarandeado por las olas de la soberbia o de la ambición o del robo o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira o la avaricia o los halagos de la carne acuden a la navecilla de tu mente, mira a María. Si, turbado por la enormidad de tus pecados, confundido por la suciedad de tu conciencia, aterrado por el horror del juicio, comienzas a ser tragado por el abismo de la tristeza, por el precipicio de la desesperación, piensa en María.


En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No la apartes de tu boca, no la apartes de tu corazón y, para conseguir la ayuda de su oración, no te separes del ejemplo de su vida. Si le sigues, no te extraviarás; si le suplicas, no te desesperarás; si piensas en ella, no te equivocarás; si te coges a ella, no te derrumbarás; si te protege, no tendrás miedo; si te guía, no te cansarás; si te es favorable, alcanzarás la meta, y así experimentarás que con razón se dijo: «Y el nombre de la Virgen era María».

Responsorio

Cf. Eclo 24, 27-28; Lc 1, 27


V.Mi doctrina es más dulce que la miel, y mi herencia más que la miel y el panal. Y el nombre de la Virgen era María.

R.Mi doctrina es más dulce que la miel, y mi herencia más que la miel y el panal. Y el nombre de la Virgen era María.

V.Mi recuerdo por todas las generaciones.

R.Y el nombre de la Virgen era María.

Oración conclusiva

V.Oremos.

Concédenos, Dios todopoderoso, que la bienaventurada Virgen María nos obtenga los beneficios de tu misericordia a cuantos celebramos su nombre glorioso. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.

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