Oficio de lectura MARTES DE LA XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

 MARTES DE LA XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura.

Si se toma de Laudes:

Señor, el día empieza. Como siempre,

postrados a tus pies, la luz del día

queremos esperar. Eres la fuerza

que tenemos los débiles, nosotros.


Padre nuestro,

que en los cielos estás, 

  haz a los hombres

iguales: que ninguno se avergüence

de los demás; que todos al que gime

den consuelo; que todos, al que sufre

del hambre la tortura, le regalen

en rica mesa de manteles blancos

con blanco pan y generoso vino;

que no luchen jamás; 

  que nunca emerjan,

entre las áureas mieses de la historia,

sangrientas amapolas, las batallas.


Luz, Señor, que ilumine las campiñas

y las ciudades; que a los hombres todos,

en sus destellos mágicos, envuelva

luz inmortal; Señor, luz de los cielos,

fuente de amor y causa de la vida.


Gloria al Padre, y al Hijo, 

  y al Espíritu Santo. Amén.

Si se toma de Vísperas:

Estoy, Señor, en la ribera sola

del infinito afán. Un niño grita

entre las olas, contra el viento yermo:


A través de la nada,

van mis caminos

hacia el dolor más alto,

pidiendo asilo.


La espuma me sostiene,

y el verde frío

de las olas me lleva,

pidiendo asilo.


Hacia el amor más alto

que hay en mí mismo,

la esperanza me arrastra,

pidiendo asilo.


Gloria al Padre, y al Hijo,

y al Espíritu Santo. Amén.

Himno latino

Cuando el oficio de lectura se celebra durante el día:

O sacrosáncta Trínitas,

quæ cuncta condens órdinas,

diem labóri députans

noctem quiéti dédicas,


Te mane, simul véspere,

te nocte ac die cánimus;

in tua nos tu glória

per cuncta serva témpora.


Nos ádsumus te cérnui

en adorántes fámuli;

vota precésque súpplicum

hymnis adiúnge caélitum.


Præsta, Pater piíssime,

Patríque compar Únice,

cum Spíritu Paráclito

regnans per omne saéculum. Amen.

Cuando el oficio de lectura se celebra durante la noche o de madrugada:

Consors patérni lúminis,

lux ipse lucis et dies,

noctem canéndo rúmpimus:

assíste postulántibus.


Aufer tenébras méntium,

fuga catérvas daémonum,

expélle somnoléntiam

ne pigritántes óbruat.


Sic, Christe, nobis ómnibus

indúlgeas credéntibus,

ut prosit exorántibus

quod præcinéntes psállimus.


Sit, Christe, rex piíssime,

tibi Patríque glória

cum Spíritu Paráclito,

in sempitérna saécula. Amen.

Salmodia

Ant. 1. Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Salmo 67

Entrada triunfal del Señor

Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres (Ef 4, 8).

I

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,

huyen de su presencia los que lo odian;


como el humo se disipa, se disipan ellos; 

como se derrite la cera ante el fuego, 

así perecen los impíos ante Dios.


En cambio, los justos se alegran, 

gozan en la presencia de Dios, 

rebosando de alegría.


Cantad a Dios, tocad en su honor,

alfombrad el camino del que avanza por el desierto;

su nombre es el Señor:

alegraos en su presencia.


Padre de huérfanos, protector de viudas,

Dios vive en su santa morada.


Dios prepara casa a los desvalidos,

libera a los cautivos y los enriquece;

solo los rebeldes

se quedan en la tierra abrasada.


Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo

y avanzabas por el desierto,

la tierra tembló, el cielo destiló

ante Dios, el Dios del Sinaí;

ante Dios, el Dios de Israel.


Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,

aliviaste la tierra extenuada;

y tu rebaño habitó en la tierra

que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Ant. 2. Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

II

El Señor pronuncia un oráculo,

millares pregonan la alegre noticia:

«Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;

las mujeres reparten el botín.


Mientras reposabais en los apriscos,

las palomas batieron sus alas de plata,

el oro destellaba en sus plumas.

Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,

la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío».


Las montañas de Basán son altísimas,

las montañas de Basán son escarpadas;

¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,

del monte escogido por Dios para habitar,

morada perpetua del Señor?


Los carros de Dios son miles y miles:

Dios marcha del Sinaí al santuario.

Subiste a la cumbre llevando cautivos,

te dieron tributo de hombres:

incluso los que se resistían

a que el Señor Dios tuviera una morada.


Bendito el Señor cada día,

Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.

Nuestro Dios es un Dios que salva,

el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.


Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,

los cráneos de los malvados contumaces.

Dice el Señor: «Los traeré desde Basán,

los traeré desde el fondo del mar;

teñirás tus pies en la sangre del enemigo,

y los perros la lamerán con sus lenguas».


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Ant. 3. Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

III

Aparece tu cortejo, oh Dios,

el cortejo de mi Dios, de mi Rey,

hacia el santuario.


Al frente, marchan los cantores;

los últimos, los tocadores de arpa;

en medio, las muchachas van tocando panderos.


«En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,

al Señor, estirpe de Israel».


Va delante Benjamín, el más pequeño;

los príncipes de Judá con sus tropeles;

los príncipes de Zabulón,

los príncipes de Neftalí.


Oh Dios, despliega tu poder,

tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.

A tu templo de Jerusalén

traigan los reyes su tributo.


Reprime a la Fiera del Cañaveral,

al tropel de los Toros,

a los Novillos de los pueblos.


Que se te rindan con lingotes de plata:

dispersa las naciones belicosas.

Lleguen los magnates de Egipto,

Etiopía extienda sus manos a Dios.


Reyes de la tierra, cantad a Dios,

tocad para el Señor,

que avanza por los cielos,

los cielos antiquísimos,

que lanza su voz, su voz poderosa:

«Reconoced el poder de Dios».


Sobre Israel resplandece su majestad,

y su poder sobre las nubes.

Desde el santuario, Dios impone reverencia:

es el Dios de Israel

quien da fuerza y poder a su pueblo.


¡Dios sea bendito!


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

Versículo

V.Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R.Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura

Jue 6, 1-6. 11-24

Vocación de Gedeón

Del libro de los Jueces.


En aquellos días, los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba, y el Señor los entregó a Madián por siete años. El régimen de Madián fue tiránico. Para librarse de él, los israelitas tuvieron que valerse de las cuevas de los montes, las cavernas y los refugios.


Cuando los israelitas sembraban, los madianitas, amalecitas y los orientales venían a hostigarlos; acampaban frente a ellos y destruían todos los sembrados, hasta la entrada de Gaza. No dejaban nada con vida en Israel, ni oveja, ni buey, ni asno; porque venían con sus rebaños y sus tiendas, numerosos como langostas, hombres y camellos sin número, e invadían la comarca asolándola. Con esto, Israel iba empobreciéndose por culpa de Madián.


El ángel del Señor vino y se sentó bajo la encina de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas. El ángel del Señor se le apareció y le dijo:


«El Señor está contigo, valiente».


Gedeón respondió:


«Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: “De Egipto nos sacó el Señor”? La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas».


El Señor se volvió a él y le dijo:


«Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío».


Gedeón replicó:


«Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre».


El Señor contestó:


«Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre».


Gedeón insistió:


«Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente».


El Señor dijo:


«Aquí me quedaré hasta que vuelvas».


Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina. El ángel del Señor le dijo:


«Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo».


Así lo hizo. Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció. Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó:


«¡Ay Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!»


Pero el Señor le dijo:


«¡Paz, no temas, no morirás!»


Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de «Señor de la Paz». Todavía hoy está en Ofrá de Abiezer.

Responsorio

Is 45, 3-4; Jue 6, 14; cf. Is 45, 6


V.Yo soy el Señor, que te llamo por tu nombre, por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel. Vete, y con esta fuerza salva a Israel.

R.Yo soy el Señor, que te llamo por tu nombre, por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel. Vete, y con esta fuerza salva a Israel.

V.Para que sepan todos que yo soy el Señor, y no hay otro.

R.Vete, y con esta fuerza salva a Israel.

Segunda lectura

Santificado sea tu nombre

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el Padrenuestro.

(Caps. 11-12: CSEL 3, 274-275)


Cuán grande es la benignidad del Señor, cuán abundante la riqueza de su condescendencia y de su bondad para con nosotros, pues ha querido que, cuando nos ponemos en su presencia para orar, lo llamemos con el nombre de Padre y seamos nosotros llamados hijos de Dios, a imitación de Cristo, su Hijo; ninguno de nosotros se hubiera nunca atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si él no nos lo hubiese permitido. Por tanto, hermanos muy amados, debemos recordar y saber que, pues llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se complazca en nosotros, como nosotros nos complacemos de tenerlo por Padre.


Sea nuestra conducta cual conviene a nuestra condición de templos de Dios, para que se vea de verdad que Dios habita en nosotros. Que nuestras acciones no desdigan del Espíritu: hemos comenzado a ser espirituales y celestiales y, por consiguiente, hemos de pensar y obrar cosas espirituales y celestiales, ya que el mismo Señor Dios ha dicho: “Yo honro a los que me honran, y serán humillados los que me desprecian”. Asimismo el Apóstol dice en una de sus cartas: “No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!”


A continuación, añadimos: Santificado sea tu nombre, no en el sentido de que Dios pueda ser santificado por nuestras oraciones, sino en el sentido de que pedimos a Dios que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿por quién podría Dios ser santificado, si es él mismo quien santifica? Mas, como sea que él ha dicho: “Sed santos, porque yo soy santo”, por esto, pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana, ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados mediante esta continua y renovada santificación.


El Apóstol nos enseña en qué consiste esta santificación que Dios se digna concedernos, cuando dice: “Los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios. Así erais algunos antes. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios”. Afirma que hemos sido consagrados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios. Lo que pedimos, pues, es que permanezca en nosotros esta consagración o santificación y —acordándonos de que nuestro juez y Señor conminó a aquel hombre que él había curado y vivificado a que no volviera a pecar más, no fuera que le sucediese algo peor— no dejamos de pedir a Dios, de día y de noche, que la santificación y vivificación que nos viene de su gracia sea conservada en nosotros con ayuda de esta misma gracia.

Responsorio

Ez 36, 23. 25. 26. 27; Lev 11, 44


V.Mostraré la santidad de mi nombre ilustre; derramaré sobre vosotros un agua pura, os daré un corazón nuevo y os infundiré mi Espíritu; para que caminéis según mis preceptos, y guardéis y cumpláis mis mandatos.

R.Mostraré la santidad de mi nombre ilustre; derramaré sobre vosotros un agua pura, os daré un corazón nuevo y os infundiré mi Espíritu; para que caminéis según mis preceptos, y guardéis y cumpláis mis mandatos.

V.Sed santos, porque yo soy santo.

R.Para que caminéis según mis preceptos, y guardéis y cumpláis mis mandatos.

Oración conclusiva

V.Oremos.

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.

Comentarios

Entradas populares