Oficio de lectura VIERNES VISITACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, fiesta

 VIERNES VISITACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, fiesta

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

María, pureza en vuelo, 

Virgen de vírgenes, danos 

la gracia de ser humanos 

sin olvidarnos del cielo.


Enséñanos a vivir; 

ayúdenos tu oración; 

danos en la tentación 

la gracia de resistir.


Honor a la Trinidad

por esta limpia victoria.

Y gloria por esta gloria

que alegra la cristiandad. Amén.

Himno latino

Veni, præcélsa Dómina;

María, tu nos vísita,

quæ iam cognátæ dómui

tantum portásti gáudii.


Veni, iuvámen saéculi,

sordes aufer piáculi,

ac visitándo pópulum

poenæ tolle perículum.


Veni, stella, lux márium,

infúnde pacis rádium;

rege quodcúmque dévium,

da viam innocéntium.


Veni, precámur, vísites

nobísque vires róbores

virtúte sacri ímpetus,

ne fluctuétur ánimus.


Veni, virga regálium,

reduc fluctus errántium

ad unitátem fídei,

in qua salvántur caélici.


Veni, tecúmque Fílium

laudémus in perpétuum,

cum Patre et Sancto Spíritu,

qui nobis dent auxílium. Amen.

Salmodia

Ant. 1. María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Cuando en el Invitatorio se ha dicho el salmo 23, aquí se dice el salmo 94, que se encuentra más abajo.

Salmo 23


Del Señor es la tierra y cuanto la llena,

el orbe y todos sus habitantes:

él la fundó sobre los mares,

él la afianzó sobre los ríos.


— ¿Quién puede subir al monte del Señor?

¿Quién puede estar en el recinto sacro?


— El hombre de manos inocentes

y puro corazón,

que no confía en los ídolos

ni jura contra el prójimo en falso.

Ése recibirá la bendición del Señor,

le hará justicia el Dios de salvación.


— Este es el grupo que busca al Señor,

que viene a tu presencia, Dios de Jacob.


¡Portones!, alzad los dinteles,

que se alcen las antiguas compuertas:

va a entrar el Rey de la gloria.


— ¿Quién es ese Rey de la gloria?

—El Señor, héroe valeroso;

el Señor, héroe de la guerra.


¡Portones!, alzad los dinteles,

que se alcen las antiguas compuertas:

va a entrar el Rey de la gloria.


— ¿Quién es ese Rey de la gloria?

—El Señor, Dios de los ejércitos.

Él es el Rey de la gloria.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

O bien, si el salmo 23 se ha dicho en el Invitatorio, se dice el

Salmo 94

Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva; 

entremos a su presencia dándole gracias, 

aclamándolo con cantos.


Porque el Señor es un Dios grande, 

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra, 

son suyas las cumbres de los montes; 

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


Entrad, postrémonos por tierra, 

bendiciendo al Señor, creador nuestro. 

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá, 

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba 

y me tentaron, aunque habían visto mis obras. 


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije: 

“Es un pueblo de corazón extraviado, 

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso”».


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 

Como era en el principio, ahora y siempre, 

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Ant. 2. El Altísimo ha consagrado su morada.

Salmo 45

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,

poderoso defensor en el peligro.


Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,

y los montes se desplomen en el mar.


Que hiervan y bramen sus olas,

que sacudan a los montes con su furia:


El Señor de los ejércitos está con nosotros,

nuestro alcázar es el Dios de Jacob.


El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,

el Altísimo consagra su morada.


Teniendo a Dios en medio, no vacila;

Dios la socorre al despuntar la aurora.


Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;

pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.


El Señor de los ejércitos está con nosotros,

nuestro alcázar es el Dios de Jacob.


Venid a ver las obras del Señor,

las maravillas que hace en la tierra:


Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,

rompe los arcos, quiebra las lanzas,

prende fuego a los escudos.


«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:

más alto que los pueblos, más alto que la tierra».


El Señor de los ejércitos está con nosotros,

nuestro alcázar es el Dios de Jacob.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Altísimo ha consagrado su morada.

Ant. 3. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

Salmo 86

Él la ha cimentado sobre el monte santo;

y el Señor prefiere las puertas de Sion

a todas las moradas de Jacob.


¡Qué pregón tan glorioso para ti,

ciudad de Dios!

«Contaré a Egipto y a Babilonia

entre mis fieles;

filisteos, tirios y etíopes

han nacido allí».


Se dirá de Sion: «Uno por uno

todos han nacido en ella;

el Altísimo en persona la ha fundado».


El Señor escribirá en el registro de los pueblos:

«Este ha nacido allí».

Y cantarán mientras danzan:

«Todas mis fuentes están en ti».


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

Versículo

V.María conservaba todas estas cosas.

R.Meditándolas en su corazón.

Primera lectura

Cant 2, 8-14; 8, 6-7

Llegada del amado

Del libro del Cantar de los Cantares.

¡Oíd, que llega mi amado, saltando sobre los montes, brincando por los collados! Es mi amado como un gamo, es mi amado un cervatillo. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías.


Habla mi amado y me dice:


«¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz y es hermosa tu figura.


Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; es centella de fuego, llamarada divina: las aguas torrenciales no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable.

Responsorio

Lc 1, 41b-43. 44


V.Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

R.Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

V.En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.

R.¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

Segunda lectura

María proclama la grandeza del Señor por las obras que ha hecho en ella

De las homilías de san Beda el Venerable, presbítero.

(Libro 1, 4: CCL 122, 25-26. 30)


“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”. Con estas palabras, María reconoce en primer lugar los dones singulares que le han sido concedidos, pero alude también a los beneficios comunes con que Dios no deja nunca de favorecer al género humano.


Proclama la grandeza del Señor el alma de aquel que consagra todos sus afectos interiores a la alabanza y al servicio de Dios y, con la observancia de los preceptos divinos, demuestra que nunca echa en olvido las proezas de la majestad de Dios.


Se alegra en Dios, su salvador, el espíritu de aquel cuyo deleite consiste únicamente en el recuerdo de su creador, de quien espera la salvación eterna.


Estas palabras, aunque son aplicables a todos los santos, hallan su lugar más adecuado en los labios de la Madre de Dios, ya que ella, por un privilegio único, ardía en amor espiritual hacia aquel que llevaba corporalmente en su seno.


Ella con razón pudo alegrarse, más que cualquier otro santo, en Jesús, su salvador, ya que sabía que aquel mismo al que reconocía como eterno autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo, y había de ser, en una misma y única persona, su verdadero hijo y Señor.


“Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo”. No se atribuye nada a sus méritos, sino que toda su grandeza la refiere a la libre donación de aquel que es por esencia poderoso y grande, y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes.


Muy acertadamente añade: “Su nombre es santo”, para que los que entonces la oían y todos aquellos a los que habían de llegar sus palabras comprendieran que la fe y el recurso a este nombre había de procurarles, también a ellos, una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación, conforme al oráculo profético que afirma: “Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán”, ya que este nombre se identifica con aquel del que antes ha dicho: “Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”.


Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de la alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encarnación del Señor enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en la solidez de la virtud. Y ello precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa por el trabajo y las múltiples preocupaciones del día, al llegar el tiempo del reposo, vuelva a encontrar el recogimiento y la paz del espíritu.

Responsorio

Lc 1, 45-46; Sal 65, 16

V.Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor».

R.Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor».

V.Venid a escuchar, os contaré lo que Dios ha hecho conmigo.

R.«Proclama mi alma la grandeza del Señor».

Himno

Te Deum

A ti, oh Dios, te alabamos, 

  a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre, 

  te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos 

  y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines 

  te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor, 

  Dios del universo.

Los cielos y la tierra están llenos 

  de la majestad de tu gloria.


A ti te ensalza el glorioso coro 

  de los apóstoles,

la multitud admirable de los profetas,

el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa, extendida por 

  toda la tierra, te proclama:

Padre de inmensa majestad,

Hijo único y verdadero, 

  digno de adoración,

Espíritu Santo, Defensor.


Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre, 

  aceptaste la condición humana

sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte, 

  abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios 

  en la gloria del Padre.

Creemos que un día has de venir 

  como juez.

Te rogamos, pues, que vengas 

  en ayuda de tus siervos,

a quienes redimiste 

  con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna 

  nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse:

Salva a tu pueblo, Señor, 

  y bendice tu heredad.

Sé su pastor y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos 

  y alabamos tu nombre para siempre,

por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día 

  guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor, 

  ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre 

  nosotros, como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié, no me veré 

  defraudado para siempre.

Himno latino

Te Deum

Te Deum laudámus: 

  te Dóminum confitémur.

Te ætérnum Patrem, 

  omnis terra venerátur.

Tibi omnes ángeli, tibi cæli 

  et univérsæ potestátes:

tibi chérubim et séraphim incessábili 

  voce proclámant:

Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus 

  Deus Sábaoth.

Pleni sunt cæli et terra maiestátis 

  gloriæ tuæ.


Te gloriósus Apostolórum chorus,

te prophetárum laudábilis númerus,

te mártyrum candidátus 

  laudat exércitus.

Te per orbem terrárum sancta 

  confitétur Ecclésia,

Patrem imménsæ maiestátis;

venerándum tuum verum 

  et únicum Fílium;

Sanctum quoque Paráclitum Spíritum.


Tu rex gloriæ, Christe.

Tu Patris sempitérnus es Fílius.

Tu, ad liberándum susceptúrus 

  hóminem, non horruísti 

  Vírginis úterum.

Tu, devícto mortis acúleo, aperuísti 

  credéntibus regna cælórum.

Tu ad déxteram Dei sedes, 

  in gloria Patris.

Iudex créderis esse ventúrus.

Te ergo quǽsumus, tuis fámulis súbveni, 

  quos pretióso sánguine redemísti.

æterna fac cum sanctis tuis 

  in gloria numerári.

Lo que sigue puede omitirse:

Salvum fac pópulum tuum, Dómine, 

  et bénedic hereditáti tuæ.

Et rege eos, et extólle illos usque 

  in ætérnum.

Per síngulos dies benedícimus te;

et laudámus nomen tuum in sǽculum, 

  et in sǽculum sǽculi.

Dignáre, Dómine, die isto sine peccáto 

  nos custodíre.

Miserére nostri, Dómine, 

  miserére nostri.

Fiat misericórdia tua, 

  Dómine, super nos, 

  quemádmodum sperávimus in te.

In te, Dómine, sperávi: non confúndar 

  in ætérnum.

Oración conclusiva

V.Oremos.

Dios todopoderoso y eterno, que inspiraste a la bienaventurada Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, visitar a Isabel, concédenos que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos siempre cantar con ella tus maravillas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.

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