Oficio de lectura SÁBADO DE LA X SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

 SÁBADO DE LA X SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura.

Si se toma de Laudes:

Padre nuestro, 

Padre de todos, 

líbrame del orgullo 

de estar solo.


No vengo a la soledad 

cuando vengo a la oración, 

pues sé que, estando contigo, 

con mis hermanos estoy;

y sé que, estando con ellos, 

tú estás en medio, Señor.


No he venido a refugiarme 

dentro de tu torreón,

como quien huye a un exilio 

de aristocracia interior.

Pues vine huyendo del ruido, 

pero de los hombres no.


Allí donde va un cristiano 

no hay soledad, sino amor, 

pues lleva toda la Iglesia 

dentro de su corazón.

Y dice siempre «nosotros», 

incluso si dice «yo». Amén.

Si se toma de Vísperas:

¿Qué ves en la noche, 

dinos, centinela?


Dios como un almendro 

con la flor despierta; 

Dios que nunca duerme 

busca quien no duerma, 

y entre las diez vírgenes 

solo hay cinco en vela.


¿Qué ves en la noche, 

dinos, centinela?


Gallos vigilantes

que la noche alertan. 

Quien negó tres veces 

otras tres confiesa,

y pregona el llanto

lo que el miedo niega.


¿Qué ves en la noche, 

dinos, centinela?


Muerto le bajaban

a la tumba nueva. 

Nunca tan adentro 

tuvo al sol la tierra. 

Daba el monte gritos, 

piedra contra piedra.


¿Qué ves en la noche, 

dinos, centinela?


Vi los cielos nuevos

y la tierra nueva.

Cristo entre los vivos,

y la muerte muerta.

Dios en las criaturas,

¡y eran todas buenas! Amén.

Himno latino

Cuando el oficio de lectura se celebra durante el día:

Deus de nullo véniens, 

Deus de Deo pródiens, 

Deus ab his progrédiens, 

in nos veni subvéniens.


Tu nostrum desidérium, 

tu sis amor et gáudium;

in te nostra cupíditas

et sit in te iucúnditas.


Pater, cunctórum Dómine, 

cum Génito de Vírgine,

intus et in circúitu

nos rege Sancto Spíritu.


Meménto, sancta Trínitas, 

quod tua fecit bónitas, 

creándo prius hóminem, 

recreándo per sánguinem.


Nam quos creávit Únitas, 

redémit Christi cáritas; 

patiéndo tunc díligens,

nunc díligat nos éligens.


Tríadi sanctæ gáudium, 

pax, virtus et impérium, 

decus, omnipoténtia,

laus, honor, reveréntia. Amen.

Cuando el oficio de lectura se celebra durante la noche o de madrugada:

Lux ætérna, lumen potens, 

dies indefíciens,

debellátor atræ noctis, 

reparátor lúminis, 

destructórque tenebrárum, 

illustrátor méntium:


Quo nascénte suscitámur, 

quo vocánte súrgimus; 

faciénte quo beáti,

quo linquénte míseri;

quo a morte liberáti, 

quo sumus perlúcidi;


Mortis quo victóres facti 

noctis atque sæculi;

ergo nobis, rex ætérne, lucem illam tríbue,

quæ fuscátur nulla nocte, 

solo gaudens lúmine.


Honor Patri sit ac tibi, 

Sancto sit Spirítui,

Deo trino sed et uni, 

paci, vitæ, lúmini,

nómini præ cunctis dulci 

divinóque númini. Amen.

Salmodia

Ant. 1. Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación.

Salmo 105

Bondad de Dios e infidelidad del pueblo

Todo esto fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades (1 Cor 10, 11).

I

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.


¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,

pregonar toda su alabanza?

Dichosos los que respetan el derecho

y practican siempre la justicia.


Acuérdate de mí por amor a tu pueblo,

visítame con tu salvación:

para que vea la dicha de tus escogidos,

y me alegre con la alegría de tu pueblo,

y me gloríe con tu heredad.


Hemos pecado con nuestros padres,

hemos cometido maldades e iniquidades.

Nuestros padres en Egipto

no comprendieron tus maravillas;


no se acordaron de tu abundante misericordia,

se rebelaron contra el Altísimo en el mar Rojo,

pero Dios los salvó por amor de su nombre,

para manifestar su poder.


Increpó al mar Rojo, y se secó,

los condujo por el abismo como por tierra firme;

los salvó de la mano del adversario,

los rescató del puño del enemigo;


las aguas cubrieron a los atacantes,

y ni uno solo se salvó:

entonces creyeron sus palabras,

cantaron su alabanza.


Bien pronto olvidaron sus obras,

y no se fiaron de sus planes:

ardían de avidez en el desierto

y tentaron a Dios en la estepa.

Él les concedió lo que pedían,

pero les mandó un cólico por su gula.


Envidiaron a Moisés en el campamento,

y a Aarón, el consagrado al Señor:

se abrió la tierra y se tragó a Datán,

se cerró sobre Abirón y sus secuaces;

un fuego abrasó a su banda,

una llama consumió a los malvados.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación.

Ant. 2. No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros.

II

En Horeb se hicieron un becerro,

adoraron un ídolo de fundición;

cambiaron su gloria por la imagen

de un toro que come hierba.


Se olvidaron de Dios, su salvador,

que había hecho prodigios en Egipto,

maravillas en el país de Cam,

portentos junto al mar Rojo.


Dios hablaba ya de aniquilarlos;

pero Moisés, su elegido,

se puso en la brecha frente a él,

para apartar su cólera del exterminio.


Despreciaron una tierra envidiable,

no creyeron en su palabra;

murmuraban en las tiendas,

no escucharon la voz del Señor.


Él alzó la mano y juró

que los haría morir en el desierto,

que dispersaría su estirpe por las naciones

y los aventaría por los países.


Se acoplaron con Baal Fegor,

comieron de los sacrificios a dioses muertos;

provocaron a Dios con sus perversiones,

y los asaltó una plaga;


pero Finés se levantó e hizo justicia,

y la plaga cesó;

y se le apuntó a su favor

por generaciones sin término.


Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,

Moisés tuvo que sufrir por culpa de ellos;

le habían amargado el alma,

y desvariaron sus labios.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros.

Ant. 3. Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles.

III

No exterminaron a los pueblos

que el Señor les había mandado;

emparentaron con los gentiles,

imitaron sus costumbres;


adoraron sus ídolos

y cayeron en sus lazos;

inmolaron a los demonios

sus hijos y sus hijas;


derramaron la sangre inocente

y profanaron la tierra ensangrentándola;

se mancharon con sus acciones

y se prostituyeron con sus maldades.


La ira del Señor se encendió contra su pueblo,

y aborreció su heredad;

los entregó en manos de gentiles,

y sus adversarios los sometieron;

sus enemigos los tiranizaban

y los doblegaron bajo su poder.


Cuántas veces los libró;

mas ellos, obstinados en su actitud,

perecían por sus culpas;

pero él miró su angustia,

y escuchó sus gritos.


Recordando su pacto con ellos,

se arrepintió con inmensa misericordia;

hizo que movieran a compasión

a los que los habían deportado.


Sálvanos, Señor, Dios nuestro,

reúnenos de entre los gentiles:

daremos gracias a tu santo nombre,

y alabarte será nuestra gloria.


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

desde siempre y por siempre.

Y todo el pueblo diga:

«¡Amén!».


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles.

Versículo

V.Señor, enséñame tus caminos.

R.Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura

Jos 24, 1-7. 13-28

Renovación de la alianza en la tierra prometida

Del libro de Josué.


En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas defamilia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo:


«Así dice el Señor, Dios de Israel: “Al otro lado del río Éufrates vivieron antaño vuestros padres, Teraj, padre de Abrahán y de Najor, sirviendo a otros dioses. Tomé a Abrahán, vuestro padre, del otro lado del río, lo conduje por todo el país de Canaán y multipliqué su descendencia dándole a Isaac. A Isaac le di a Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié a Moisés y Aarón para castigar a Egipto con los portentos que hice, y después os saqué de allí. Saqué de Egipto a vuestros padres; y llegasteis al mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con caballería y carros hasta el mar Rojo. Pero gritaron al Señor, y él puso una nube oscura entre vosotros y los egipcios; después desplomó sobre ellos el mar, anegándolos. Vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto. Después vivisteis en el desierto muchos años.


Y os di una tierra por la que no habíais sudado, ciudades que no habíais construido, y en las que ahora vivís, viñedos y olivares que no habíais plantado, y de los que ahora coméis”.


Pues bien, temed al Señor, servidle con toda sinceridad; quitad de en medio los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del río y en Egipto; y servid al Señor. Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor».


El pueblo respondió:


«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. El Señor expulsó ante nosotros a los pueblos amorreos que habitaban el país. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»


Josué dijo al pueblo:


«No podréis servir al Señor, porque es un Dios santo, un Dios celoso. No perdonará vuestros delitos ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor y servís a dioses extranjeros, se volverá contra vosotros y, después de haberos tratado bien, os maltratará y os aniquilará».


El pueblo respondió:


«¡No! Serviremos al Señor».


Josué insistió:


«Sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido servir al Señor».


Respondieron:


«¡Somos testigos!»


«Pues bien, quitad de en medio los dioses extranjeros que conserváis, y poneos de parte del Señor, Dios de Israel».


El pueblo respondió:


«Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos».


Aquel día, Josué selló el pacto con el pueblo y les dio leyes y mandatos en Siquén. Escribió las cláusulas en el libro de la ley de Dios, cogió una gran piedra y la erigió allí, bajo la encina del santuario del Señor, y dijo a todo el pueblo:


«Mirad esta piedra, que será testigo contra nosotros, porque ha oído todo lo que el Señor nos ha dicho.


Será testigo contra vosotros, para que no podáis renegar de vuestro Dios».


Luego despidió al pueblo, cada cual a su heredad.

Responsorio

Jos 24, 16. 24; 1 Cor 8, 5. 6

V.¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.

R.¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.

V.Aunque hay los llamados dioses en el cielo y en la tierra, para nosotros no hay más que un Dios.

R.Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.

Segunda lectura

Cantar salmos con el espíritu, pero cantarlos también con la mente

De los comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.

(Salmo 1, 9-12: CSEL 64, 7. 9-10)


¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: “Alabad al Señor, que los salmos son buenos; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa”. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.


En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos. Leo en ellos: “Cántico para el amado”, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.


¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas voces; porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes, con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.


Nos enseña, pues, el salmista que nuestro canto, nuestra salmodia, debe ser interior, como lo hacía Pablo, que dice: “Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la inteligencia; quiero cantar llevado del Espíritu, pero cantar también con la inteligencia”; con estas palabras nos advierte que debemos orientar nuestra vida y nuestros actos a las cosas de arriba, para que así el deleite de lo agradable no excite las pasiones corporales, las cuales no liberan nuestra alma, sino que la aprisionan más aún; el salmista nos recuerda que en la salmodia encuentra el alma su redención: “Tocaré para ti la cítara, Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste”.

Responsorio

Sal 91, 2. 4


V.Es bueno dar gracias al Señor. Y tocar para tu nombre, oh Altísimo.

R.Es bueno dar gracias al Señor. Y tocar para tu nombre, oh Altísimo.

V.Con arpas de diez cuerdas y laúdes, sobre arpegios de cítaras.

R.Y tocar para tu nombre, oh Altísimo.

Oración conclusiva

V.Oremos.

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.

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