Oficio de lectura JUEVES SAN ANTONIO DE PADUA, presbítero y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

 JUEVES SAN ANTONIO DE PADUA, presbítero y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura.

Si se toma de Laudes:


Alfarero del hombre, mano trabajadora

que, de los hondos limos iniciales,

convocas a los pájaros a la primera aurora,

al pasto, los primeros animales.


De mañana te busco, hecho de luz concreta,

de espacio puro y tierra amanecida.

De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta

de los sonoros ríos de la vida.


El árbol toma cuerpo, y el agua melodía;

tus manos son recientes en la rosa;

se espesa la abundancia del mundo a mediodía,

y estás de corazón en cada cosa.


No hay brisa, si no alientas, monte, si no estás dentro,

ni soledad en que no te hagas fuerte.

Todo es presencia y gracia. Vivir es este encuentro:

Tú, por la luz, el hombre, por la muerte.


¡Que se acabe el pecado! ¡Mira que es desdecirte

dejar tanta hermosura en tanta guerra!

Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte

de haberle dado un día las llaves de la tierra. Amén.

Si se toma de Vísperas:

Tras el temblor opaco de las lágrimas,

   no estoy yo solo.

Tras el profundo velo de mi sangre,

   no estoy yo solo.


Tras la primera música del día,

   no estoy yo solo.

Tras la postrera luz de las montañas,

   no estoy yo solo.


Tras el estéril gozo de las horas,

   no estoy yo solo.

Tras el augurio helado del espejo,

   no estoy yo solo.


No estoy yo solo; me acompaña, en vela,

la pura eternidad de cuanto amo.

Vivimos junto a Dios eternamente.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,

por los siglos de los siglos. Amén.

Himno latino

Cuando el oficio de lectura se celebra durante el día:

Amóris sensus érige

ad te, largítor véniæ,

ut fias clemens córdibus

purgátis inde sórdibus.


Extérni huc advénimus

et éxsules ingémimus;

tu portus es et pátria,

ad vitæ duc nos átria.


Félix quæ sitit cáritas

te fontem vitæ, o Véritas;

beáti valde óculi

te speculántis pópuli.


Grandis est tibi glória

tuæ laudis memória,

quam sine fine célebrant

qui cor ab imis élevant.


Præsta, Pater piíssime,

Patríque compar Únice,

cum Spíritu Paráclito

regnans per omne saéculum. Amen.

Cuando el oficio de lectura se celebra durante la noche o de madrugada:

Ales diéi núntius

lucem propínquam praécinit;

nos excitátor méntium

iam Christus ad vitam vocat.


«Auférte — clamat— léctulos

ægros, sopóros, désides;

castíque, recti ac sóbrii

vigiláte; iam sum próximus».


Ut, cum corúscis flátibus

auróra cælum spárserit,

omnes labóre exércitos

confírmet ad spem lúminis,


Iesum ciámus vócibus

flentes, precántes, sóbrii;

inténta supplicátio

dormíre cor mundum vetat.


Tu, Christe, somnum dísice,

tu rumpe noctis víncula,

tu solve peccátum vetus

novúmque lumen íngere.


Sit, Christe, rex piíssime,

tibi Patríque glória

cum Spíritu Paráclito,

in sempitérna saécula. Amen.

Salmodia

Ant. 1. Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre.

Salmo 43

Oración del pueblo en las calamidades

En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado (Rom 8, 37).

I

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,

nuestros padres nos lo han contado:

la obra que realizaste en sus días,

en los años remotos.


Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,

y los plantaste a ellos;

trituraste a las naciones,

y los hiciste crecer a ellos.


Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,

ni su brazo el que les dio la victoria,

sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,

porque tú los amabas.


Mi rey y mi Dios eres tú,

que das la victoria a Jacob:

con tu auxilio embestimos al enemigo,

en tu nombre pisoteamos al agresor.


Pues yo no confío en mi arco,

ni mi espada me da la victoria;

tú nos das la victoria sobre el enemigo

y derrotas a nuestros adversarios.


Dios ha sido siempre nuestro orgullo,

y siempre damos gracias a tu nombre.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre.

Ant. 2. Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,

y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:

nos haces retroceder ante el enemigo,

y nuestro adversario nos saquea.


Nos entregas como ovejas a la matanza

y nos has dispersado por las naciones;

vendes a tu pueblo por nada,

no lo tasas muy alto.


Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,

irrisión y burla de los que nos rodean;

nos has hecho el refrán de los gentiles,

nos hacen muecas las naciones.


Tengo siempre delante mi deshonra,

y la vergüenza me cubre la cara

al oír insultos e injurias,

al ver a mi rival y a mi enemigo.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

Ant. 3. Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia.

III

Todo esto nos viene encima,

sin haberte olvidado

ni haber violado tu alianza,

sin que se volviera atrás nuestro corazón

ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;

y tú nos arrojaste a un lugar de chacales

y nos cubriste de tinieblas.


Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios

y extendido las manos a un dios extraño,

el Señor lo habría averiguado,

pues él penetra los secretos del corazón.


Por tu causa nos degüellan cada día,

nos tratan como a ovejas de matanza.

Despierta, Señor, ¿por qué duermes?

Levántate, no nos rechaces más.

¿Por qué nos escondes tu rostro

y olvidas nuestra desgracia y opresión?


Nuestro aliento se hunde en el polvo,

nuestro vientre está pegado al suelo.

Levántate a socorrernos,

redímenos por tu misericordia.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia.

Versículo

V.Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R.Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura

Jos 5, 13-6, 21

Destrucción de una fortaleza enemiga

Del libro de Josué.


En aquellos días, estando ya cerca de Jericó, Josué levantó la vista y vio a un hombre en pie frente a él, con la espada desenvainada en la mano. Josué fue hacia él y le preguntó:


«¿Eres de los nuestros o del enemigo?».


Contestó:


«No. Soy el general del ejército del Señor, y acabo de llegar».


Josué cayó rostro a tierra, adorándolo. Después le preguntó:


«¿Qué orden trae mi señor a su siervo?»


El general del ejército del Señor le contestó:


«Descálzate, porque el sitio que pisas es sagrado».


Josué se descalzó. Jericó estaba cerrada a cal y canto ante los israelitas. Nadie salía ni entraba. El Señor dijo a Josué:


«Mira, entrego en tu poder a Jericó y su rey. Todos los soldados, rodead la ciudad, dando una vuelta alrededor; y así durante seis días. Siete sacerdotes llevarán siete trompas delante del arca; al séptimo día, daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las trompas; cuando den un toque prolongado, cuando oigáis el sonido de la trompa, todo el ejército lanzará el alarido de guerra; se desplomarán las murallas de la ciudad, y cada uno la asaltará desde su puesto».


Josué, hijo de Nun, llamó a los sacerdotes y les mandó:


«Llevad el arca de la alianza, y que siete sacerdotes lleven siete trompas delante del arca del Señor».


Y luego a la tropa:


«Marchad a rodear la ciudad; los que lleven armas pasen delante del arca del Señor».


Después de dar Josué estas órdenes a la tropa, siete sacerdotes, llevando siete trompas, se pusieron delante del Señor y empezaron a tocar. El arca del Señor los seguía; los soldados armados marchaban delante de los sacerdotes que tocaban las trompas; el resto del ejército marchaba detrás del arca. Las trompas acompañaban la marcha. Josué había dado esta orden a la tropa:


«No lancéis el alarido de guerra, no alcéis la voz, no se os escape una palabra hasta el momento en que yo os mande gritar; entonces gritaréis».


Dieron una vuelta a la ciudad con el arca del Señor y se volvieron al campamento para pasar la noche. Josué se levantó de madrugada, y los sacerdotes tomaron el arca del Señor. Siete sacerdotes, llevando siete trompas delante del arca del Señor, acompañaban la marcha con las trompas. Aquel segundo día dieron una vuelta a la ciudad y se volvieron al campamento. Así hicieron seis días.


El día séptimo, al despuntar el sol, madrugaron y dieron siete vueltas a la ciudad, conforme al mismo ceremonial. La única diferencia fue que el día séptimo dieron siete vueltas a la ciudad. A la séptima vuelta, los sacerdotes tocaron las trompas y Josué ordenó a la tropa:


«¡Gritad, que el Señor os entrega la ciudad! Esta ciudad, con todo lo que hay en ella, se consagra al exterminio, en honor del Señor. Solo han de quedar con vida la prostituta Rajab y todos los que estén con ella en casa, porque escondió a nuestros emisarios. Cuidado, no se os vayan los ojos y cojáis algo de lo consagrado al exterminio; porque acarrearíais una desgracia haciendo execrable el campamento de Israel. Toda la plata y el oro y el ajuar de bronce y de hierro se consagran al Señor: irán a parar a su tesoro».


Sonaron las trompas. Al oír el toque, lanzaron todos el alarido de guerra. Las murallas se desplomaron, y el ejército dio el asalto a la ciudad, cada uno desde su puesto; y la conquistaron. Consagraron al exterminio todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas, ovejas y burros; todo lo pasaron a cuchillo.

Responsorio

Cf. Is 25, 1. 2; Heb 11, 30

V.Señor, mi Dios eres tú; te ensalzaré, te daré gracias, porque convertiste la ciudad en escombros, y jamás será reconstruida.

R.Señor, mi Dios eres tú; te ensalzaré, te daré gracias, porque convertiste la ciudad en escombros, y jamás será reconstruida.

V.Por fe se derrumbaron los muros de Jericó a los siete días de dar vueltas alrededor.

R.Porque convertiste la ciudad en escombros, y jamás será reconstruida.

Segunda lectura

La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras

De los sermones de san Antonio de Padua, presbítero.

(I, 226)


El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por esto, el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan solo. «La norma del predicador —dice san Gregorio— es poner por obra lo que predica». En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras.


Pero los apóstoles “hablaban según el Espíritu les sugería”. ¡Dichoso el que habla según le sugiere el Espíritu Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndoselas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: “Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas —oráculo del Señor— que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos —oráculo del Señor—, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes y jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso, son inútiles a mi pueblo —oráculo del Señor—”.


Hablemos, pues, según nos sugiera el Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de Pentecostés, mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios uno y trino.

Responsorio

Cf. Os 14, 6; Sal 91, 13; Eclo 24, 4

V.El justo germinará como una azucena y florecerá eternamente ante el Señor.

R.El justo germinará como una azucena y florecerá eternamente ante el Señor.

V.Será alabado ante la muchedumbre de los elegidos.

R.Y florecerá eternamente ante el Señor.

Oración conclusiva

V.Oremos.

Dios todopoderoso y eterno, que en san Antonio de Padua has dado a tu pueblo un predicador insigne y un intercesor en las necesidades, concédenos, con su ayuda, seguir las enseñanzas de la vida cristiana y experimentar tu protección en todas las adversidades. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.

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